LA ZONA EXTERIOR (cap. 4)

La mujer en estado de criosueño rescatada por la Perséfone despierta sin previo aviso. ¿Cómo reaccionará? Cuarto capítulo de la novela Espacio Colonizado I. La Zona Exterior (D. D. Puche), que iremos publicando por entregas hasta su edición final como libro. La exploración de un universo completo de ciencia ficción.

 
 
 
 


Novela | Ciencia ficción

LA ZONA EXTERIOR (cap. 4) 

Un universo que une la ópera espacial, la ci-fi dura y el ciberpunk


D. D. Puche
Publicado en 26/09/21




 
  
 
4/ PRIMERAS PALABRAS
 
 
Sonó un chasquido y la cubierta de la criocápsula se elevó lentamente, dividiéndose en dos mitades, una superior y otra inferior. Todos se quedaron en absoluto silencio, sin respiración, sin poder apartar los ojos de lo que ocurría frente a ellos. Fue el instante más largo de sus vidas; un instante al cabo del cual tendrían que hacer algo. Y, ¿qué se hace en un caso así? ¿Quién se ha visto en semejante situación para saber qué hacer, qué decir? La sensación que todos experimentaron era de absoluta irrealidad, como negándose a aceptar que eso estuviera pasando.
Pero estaba pasando. Tras unos segundos en que no se la oyó, de repente la muchacha empezó a gemir. No se levantó, ni parecía que pudiera hacerlo. Su cuerpo tendría que estar totalmente anquilosado tras despertar de ese criosueño que era, en realidad, como estar muerto en vida. Escucharon unos jadeos entrecortados procedentes de la cápsula, y una mano se levantó lenta y temblorosamente y se posó sobre su borde. Sólo entonces Jacko soltó varios ladridos, que difícilmente podría decirse si eran de sorpresa o de alarma. Sobresaltada, Meena se dio cuenta de que le temblaban las rodillas; a Beth le pasó lo mismo con las manos, así que apretó los puños. Jian tenía un nudo en la garganta que le impedía decir nada, lo cual casi era mejor. Zaid estaba inmóvil e inexpresivo, como si le hubiera dado un pasmo. Alex tenía el corazón disparado, y aun así, quizá por su profesión, fue la primera en reaccionar; se acercó a la criocápsula y miró en su interior. Fueron apenas tres pasos, pero le costó darlos como si los pies le pesaran toneladas.
Allí estaba ella, tumbada en el interior de la cápsula como un muerto regresado del más allá. Una mano sobre el borde gomoso, la otra sobre el pecho. Intentaba respirar hondamente, y se veía que le costaba; lo hacía de forma más bien entrecortada, y en su rostro había desorientación y miedo. Alex sintió angustia con sólo imaginar lo que debía experimentar esa chica tras el proceso al que se había visto sometida. Cada célula de su cuerpo fue vitrificada para conservarse en perfecto estado y recuperable, y ahora, ese estado se había revertido y volvía a respirar, a vivir por sí misma, tras miles de años en ese útero artificial que la había mantenido en estado de latencia. Debía de ser una experiencia, ciertamente, muy similar a la de nacer de nuevo, a salir de la oscuridad y encontrarse arrojado ante una luz cegadora, expulsado del vientre de la madre, en un mundo totalmente desconocido. Una experiencia absolutamente traumática.
Se quedó ahí plantada, frente a ella, mirándola, sin atreverse a tocarla ni a decir palabra. Se sintió pequeña y estúpida, como si todos sus conocimientos de repente no le valieran de nada.
Primero Jian, y luego los demás, se acercaron también lentamente, como quien se asoma a un precipicio porque quiere ver el fondo, pero le da miedo caerse. Nadie rompió el silencio hasta que la chica pareció reparar por primera vez en su existencia, los miró con expresión doliente, y murmuró algo casi inaudible entre jadeos.
¿Qué ha dicho? preguntó Jian, acercándose más.
No sé, no la he entendido respondió Alex.
Yo tampoco dijo Beth. Apenas se la oye.
Aún no tiene fuerzas para hablar dijo Alex. Está muy débil y apenas puede respirar. Será mejor que no la agobiemos; apartaos un poco.
Todos retrocedieron un metro, pero siguieron mirándola expectantes. Jian, una vez recuperado de la sorpresa inicial, volvió rápidamente a sus preocupaciones.
No me puedo creer que esto esté pasando. ¿Qué demonios vamos a hacer, ahora que se ha despertado? ¿Qué se hace con alguien de hace más de dos mil años?
Los demás lo miraron, sin saber qué contestar.
Ya se nos ocurrirá algo fue lo único que acertó a decir Meena. Aunque habrá que esperar; Oderon no es el mejor sitio para buscar ayuda.
No, la verdad es que es el peor lugar de la Zona Exterior para hacerlo; allí sólo hay traficantes y estafadores contestó Jian. La venderían como esclava antes de que nos diéramos la vuelta. Y, en cualquier caso, no podemos retrasarnos más todavía: lo primero en cuanto lleguemos será ir a ver a Imrahil. Espero que esos dos contenedores le sirvan como compensación. ¿No conseguiste abrirlos, por cierto?
No, ahora que lo dices, no. Con todo este asunto, de hecho, se me había olvidado. No entiendo su funcionamiento, y no sé cómo abrirlos sin romperlos o dañar el contenido, sea lo que sea.
Vaya, estupendo…
Jian, no deberíamos darle los contenedores a Imrahil. Le pertenecen a ella terció Zaid.
¿Cómo?
Que son de ella. Estaban en su bote de salvamento, junto a su criocápsula. Son suyos. Quizá contengan cosas que ella necesite. Sus posesiones. Puede que ella sepa cómo abrirlos.
Jian dudó unos instantes antes de contestar.
Y entonces, ¿qué coño vamos a sacar en limpio de este salvamento, aparte de un retraso que ya de por sí nos va a salir caro?
Nadie dijo que tuviéramos que sacar nada en limpio, ¿no? O sea, un rescate es un rescate; nosotros no lo hicimos para ganar nada con ello.
De pronto, Jian montó en cólera.
¡Cómo se nota que no eres tú el que se juega el pellejo con este retraso, Zaid! Para ti es muy fácil hablar así, ¿verdad? ¿Cómo crees que nos mantenemos volando? ¿A base de actos humanitarios? ¿Es que somos un equipo de rescate, ahora?
Vamos, vamos, Jian dijo Meena, interponiéndose. No culpes a Zaid. Sabes que tiene razón. Ni siquiera le hemos preguntado a ella y ya estamos hablando de dar esos contenedores, que son lo único que tiene ahora mismo… Si es que hay algo ahí dentro que le sirva.
Zaid se mantuvo completamente tranquilo y levantó las dos manos, conciliador.
Sólo hacía una observación. Creo que habría que considerar otra alternativa.
¿Ah, sí? ¿Cuál? preguntó Jian, serenándose. Meena siempre lo aplacaba cuando perdía los estribos.
Bueno, no va a volver a congelarse, ¿no? Así que, ¿por qué no ofrecerle a Imrahil la cápsula?
Jian lo miró fijamente, y a continuación se volvió hacia la criocápsula. Ni siquiera se le había ocurrido esa idea. No era mala, la verdad. En sí misma, la cápsula tenía que poseer un gran valor aunque sólo fuera por su antigüedad y, en efecto, no parecía probable que la chica quisiera dormirse de nuevo en ella.
Podría ser un buen plan, sí… Pero habría que secarla bien. Que no se note que ha estado en funcionamiento hasta ahora. Surgirían preguntas a las que no queremos responder.
Alex, mientras tanto, comprobaba las gráficas en los paneles de la cápsula, que eran los de una persona perfectamente sana, y cotejaba esas medidas con las que ella misma tomaba con su BioScan, cuyo lector estaba pasando a lo largo del cuerpo de la joven. Ambas encajaban. Salvo una ligera hipotermia, bastante comprensible, todo estaba en orden. Nada que no se arreglara aplicándole un poco de calor.
Según las lecturas, está perfecta dijo. Se le pasará el malestar.
¿Es mejor que la dejemos en la cápsula o que la ayudemos a salir? preguntó Beth.
Supongo que no le vendría mal un poco más de abrigo. No tendrá el cuerpo como para moverse mucho, pero en unos minutos podríamos intentar sacarla. Dejadla un poco más y lo hacemos. 
 
 
 
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Se apartaron unos metros para hablar, salvo Alex, que seguía atendiéndola y le hizo alguna pregunta suavemente, a la que la muchacha no respondió. Siguió controlando su evolución mientras los demás comentaban las posibilidades de actuación respecto a la nueva pasajera de la Perséfone. Como de costumbre, Jian representaba el extremo negativo y Zaid el positivo, con Meena y Beth intentando equilibrar los puntos de vista. Pero el caso es que nadie tenía una respuesta clara, porque evidentemente no entendían el alcance de la situación. Era demasiado extraordinaria e inesperada para resolverla como se hubiera podido resolver cualquier otro contratiempo. De hecho, no se librarían de ella en modo alguno, aunque eso aún no podían ni imaginarlo; era el destino que les había tocado. El espacio le da a cada uno lo suyo, lo quiera aceptar o no. De ahí el dicho, que en algún momento recordó Beth: «No puedes darle la espalda a lo que te regala el espacio».
Así pasaron quince o veinte minutos, hasta que, de repente, la joven habló de nuevo. Dijo algo, con la respiración aún agitada, pero más regular que antes. Murmuró unas palabras que Alex no alcanzó a entender. Los demás se acercaron al oírlas.
¿Qué ha dicho ahora? preguntaron.
Sigo sin entenderla. Pero no me ha parecido Unilengua; no me ha sonado parecido a ningún idioma que haya escuchado nunca.
Entonces la chica repitió las mismas palabras e hizo amago de levantarse. Su cuerpo no pudo sostenerla, y cayó de nuevo sobre su espalda.
Eh, espera, espera… le dijo Alex.
Está muy débil observó Meena.
Claro, ¿cómo iba a estar? Lleva congelada desde antes de que colonizaran Nuevo Shanghái respondió Beth.
¿La ayudamos? preguntó Jian.
Alex pareció dudar.
Bueno, tarde o temprano tiene que salir de ahí, así que, si ella quiere intentarlo…
Y entre ella y Jian, cada uno por un lado de la criocápsula, la ayudaron a incorporarse. La chica miraba a los lados, y a cada uno de ellos, y obviamente no reconocía nada. Estaba asustada, pero se dejó ayudar. Muy débil, con el pecho todavía agitado, dijo algunas palabras más, en voz muy baja, que nadie entendió. Definitivamente, hablaba alguna lengua desconocida. Una antigua, con toda probabilidad; quizá una que nadie hablaba ya. Consiguió quedarse sentada dentro de la cápsula criogénica, y casi inmediatamente, diciendo algo nerviosamente mientras miraba a su alrededor, hizo amago salir de ella.  
Tranquila, ve despacio… le decía Alex, preocupada por su tono muscular. Temía que no pudiera sostenerse en pie.
Sorprendentemente, sí pudo. Se irguió sobre la cápsula y, primero una pierna, luego la otra, se bajó de ella, con la ayuda de Alex, que le ofreció una mano. Miró a su alrededor y volvió a decir algo, con voz débil. Pero se la veía recuperarse rápidamente. Alex le hizo otra lectura con el BioScan y, salvo la temperatura baja, todo estaba en orden; así se lo dijo a los demás. La chica se fijó en el aparato, pero no pareció preocuparle en absoluto.
No nos entiendes, ¿verdad? ¿Hablas nuestro idioma? le preguntó Jian.  
La joven lo miró con los ojos muy abiertos, tensa, con cara de no entender nada, y respondió algo en su lengua. Tenía una fonética muy peculiar; sonaba extrañamente melodiosa. Las piernas le temblaban un poco, y claramente sentía frío, pues se cruzó los brazos sobre el pecho intentando entrar en calor. Ahora que la veían despierta y en pie, se dieron cuenta de lo alta que era. Mediría cosa de uno ochenta; era poco más baja que Zaid, que era el más alto de la tripulación, y le sacaba la cabeza a Beth, que era la más baja los que se han criado en órbita suelen ser de corta estatura. Era esbelta, e incluso en su estado tembloroso e inseguro, se veía que era grácil. En cuanto a su edad, no habría dejado la adolescencia mucho tiempo atrás; Alex dijo que, según su biometría, debía de tener veintiún años como mucho. El cabello dorado recogido en finas trenzas tras la cabeza, y su rostro aristocrático, le daban el aspecto de una antigua heroína de cuento infantil, de esas narraciones sobre los antiguos linajes que habían colonizado planetas salvajes en tiempos de los Pioneros, o sobre las amazonas de reinos muy lejanos, guerreras letales que luchaban siempre hasta la muerte. Un rostro muy hermoso, ciertamente, pese a que estaba terriblemente pálida y, evidentemente, no pasaba por su mejor momento. Tenía los pómulos altos, la barbilla fina, como los labios, y la nariz ligeramente puntiaguda; los ojos eran grandes, azules, expresivos, y brillaban de una forma singular, con un tono violáceo casi eléctrico. Lo único que llevaba era un mono de goma ceñido al cuerpo, negro, sin ningún tipo de insignia o identificativo de la nave a la que había pertenecido, o del planeta o territorio de procedencia. El mono le cubría también los pies; únicamente llevaba la cabeza y las manos al descubierto.
¿Y si le diéramos un café o cualquier cosa caliente? propuso Jian.
No sé si podrá tomar nada respondió Alex; mejor no le deis café. Ignoro los efectos de semejante criosueño sobre el metabolismo. Pero tendrá que hidratarse, eso sí. Debería beber agua. Quizá podríamos templarla un poco antes.
Puede que ni siquiera sepa lo que es el café, ¿no? preguntó Beth. O sea, en su época quizá no existiera…
El café ya se bebía en la Tierra, Beth respondió Meena. En los tiempos del Éxodo ya lo llevaban consigo.
Ya, claro… y se encogió de hombros con indiferencia.
En ese momento volvió Zaid, que se había ido a buscar una manta. Con cuidado, tras hacerle gestos a la chica para que no se sintiera incómoda, se la echó sobre los hombros y la envolvió con ella. La muchacha cogió los extremos y se la apretó alrededor, aparentemente agradecida. Le dijo algo y miró a Zaid con sus grandes ojos azules; éste no supo distinguir si estaba asustada o perdida, pero sintió una inmediata compasión y simpatía por aquella viajera del tiempo.
Súbitamente, los contenedores rescatados junto a la criocápsula, que estaban a unos pocos metros de ellos, comenzaron a vibrar de forma suave, pero audible; la vibración les llegaba incluso por unas leves pulsaciones en el enrejado metálico del suelo. El perro estaba justo al lado de uno de ellos, olisqueándolo con curiosidad no había dejado de hacerlo, en realidad, cada dos por tres, y se puso a ladrar muy alterado.
¡Jacko, ven aquí! le gritó Alex, que lo primero que sintió fue temor.
Pero, ¿qué pasa ahora? exclamó Jian.
Los contenedores… ¡Apartad a ese perro! dijo Meena.
No fue necesario que nadie lo hiciera; se apartó él mismo un par de metros de un salto, aunque se volvió hacia ellos y ladró todavía con más intensidad, cuando los contenedores empezaron a abrirse. No es que se abrieran, exactamente: más bien se dislocaron por sus múltiples y complejas junturas, como si se tratara de articulaciones, y empezaron a sufrir una serie de separaciones de partes y rotaciones que alteraron su geometría; ante los ojos asombrados de todos incluida la chica, que también miró lo que ocurría como asustada, echando miradas de incomprensión a los demás, los contenedores empezaron a desplegarse y mutar, evidenciando que no eran precisamente contenedores, sino unos artilugios mucho más sofisticados que Meena, desde luego, no hubiera podido “abrir”. No cambiaron ambos igual, sin embargo: uno de ellos, el de la derecha, modificó su configuración relativamente poco, y en cosa de cinco segundos se convirtió en lo que parecía un gran arcón de viaje autopropulsado, con los controles en un extremo y una bandeja antigravitatoria debajo, la cual se activó con un zumbido sordo y lo elevó suavemente unos diez centímetros sobre el suelo. El de la izquierda tardó más del doble en adoptar su configuración final, más exótica y amenazadora. En su caso se diferenciaron partes claramente distintas; no contenía nada, sino que era algún tipo de mecanismo complejo. Tras varias rotaciones y giros de sus componentes, se distinguieron un torso y unas extremidades que se separaron con varios crujidos y chasquidos. La inicial forma cúbica fue deshaciéndose hasta dar paso a otra, vertical y articulada, que finalmente se reveló como un robot vagamente andromorfo. Mediría uno noventa de altura y era de aspecto sólido, con robustos brazos y piernas y una especie de cabeza empotrada en el grueso torso. La cabeza, o lo que parecía tal, era más bien un conjunto de múltiples sensores sobre una esfera que sobresalía ligeramente por encima de aquél y que podía girar 360 grados. En cuanto a las manos, cada una tenía cuatro largos dedos, uno de ellos oponible, con cuatro falanges.
Era un ingenio formidable. Ninguno de los tripulantes de la Perséfone había visto algo así jamás; ninguno había oído hablar nunca de una tecnología como ésa. Todos se quedaron paralizados una vez más viendo esa transformación. La muchacha no parecía esperársela, porque reaccionó asustándose y retrocediendo. Sólo Jacko se mantuvo ladrando, hasta que el proceso se completó. Lo primero que el robot hizo fue girar la esfera, cubierta de brillantes ojos electrónicos; se fijó en él aparentemente, pues en realidad debía de captar todo a su alrededor y giró el torso en su dirección. Entonces, de uno de los dispositivos en la esfera surgió un haz de luz, en forma de red proyectada sobre el perro, como si lo estuviera escaneando. Éste emitió un gemido, muerto de miedo, y se escabulló entre los contenedores de la bodega de carga, quejumbroso. El andrómata se volvió hacia el grupo, que estaba a su otro lado, dejándolos expectantes por no decir paralizados. Giró de nuevo la esfera de sensores… y no hizo nada más, aparte de quedarse tal cual, inmóvil.
En mala hora nos desviamos para hacer este rescate dijo Beth, evocando mentalmente diversas supersticiones del espacio sobre encuentros imprevistos y maldiciones.
¿Y ahora esto? exclamó Jian. Pero, ¿qué hace este cacharro en nuestra bodega?
¿Por qué a nosotros no nos ha escaneado? se preguntó Meena.
Quizá porque reconoce la forma humana, pero no reconocía la del perro. Lo habrá clasificado contestó Zaid, y Meena asintió, aceptando la hipótesis.
Alex miró a la muchacha, que pareció tranquilizarse, pero que no estaba menos sorprendida que ellos.
¿Lo reconoces? ¿Es tuyo? le preguntó, señalándolo, pero sólo obtuvo por respuesta palabras ininteligibles y atropelladas. La verdad es que no tenía pinta de reconocerlo, o al menos no de sentirse contenta de verlo.
Jian se acercó al andrómata, caminando despacio, con cautela, y lo observó de cerca, con el ceño fruncido. Éste no reaccionó en modo alguno, pero como su esfera de sensores podía percibir cualquier cosa en torno suyo, sería difícil deducir nada de ello.
Quedan unas pocas horas para llegar a Oderon… ¡Estoy deseando estar allí y librarme de esta maldita chica y de su chatarra! y se volvió hacia el grupo, pateando rabiosamente el suelo.
Jian, cálmate le dijo Meena. Recuerda lo que tú mismo dijiste acerca de dejarla allí. Además, puede que este trasto sea provechoso, mira…
¡Eh, chicos, ayudadme! exclamó de repente Alex, interrumpiéndola.
Estaba sosteniendo a la muchacha, a duras penas, porque era bastante más alta que ella y también pesaba más, pese a su delgadez. Se había desmayado.


¿Escribes ci-fi, terror o fantasía?

 
 
 
«Hola. ¿Estás bien? ¿Cómo te llamas?», dijo Alex a través del neuroenlace.
Sólo escucharon palabras ininteligibles, pronunciadas con esa voz dulce y musical.
«Tranquila. Vamos a seguir probando. Tienes que hablar hasta que los algoritmos se adapten. Ahora no me entiendes, claro, pero da igual. Tú habla».
Como respuesta, más palabras incomprensibles. Pero se notaba que se estaba alterando. Evidentemente, no entendía por qué escuchaba la voz de Alex resonando en su cabeza. Y eso que los demás permanecían en completo silencio para que el murmullo no la hiciera volverse loca.
El desmayo, cosa de una hora antes, sólo fue una bajada de tensión de la que se recuperó rápidamente. Aun así, la subieron a la enfermería de la cubierta superior y la hicieron tumbarse sobre la camilla. Alex le administró algo para subirle la temperatura y aprovechó para sedarla, porque estaba muy inquieta. De esta forma, tuvieron un rato para hablar y tomar alguna decisión sobre ella. El andrómata, entretanto, se quedó tranquilamente en la bodega, inmóvil. Lo cierto es que nadie quería estar cerca de él; les inspiraba mucha desconfianza. Tras discutirlo, finalmente se impuso el criterio de Meena y le instalaron un neuroenlace a la muchacha; carecía de todo sentido tenerla a bordo y no poder comunicarse con ella, y a Meena se le ocurrió que quizá el neuroenlace serviría. Naturalmente, no podían averiguar qué lengua hablaba, pues el neuroenlace no funcionaba a partir de una base de datos que almacenara diferentes idiomas, sino mediante algoritmos que traducían directamente de la mente tras haber obtenido una serie suficiente de marcadores sintáctico-semánticos a partir de la actividad cerebral del sujeto. El neuroenlace iría aprendiendo a traducirla a medida que ella hablara, o mejor dicho, que intentara comunicar pensamientos. La idea era buena. Así que Alex le hizo le sencilla intervención para implantarle el puerto en el lóbulo frontal: una inyección a la altura de la sien que le introducía en el cerebro un filamento con la nanoconexión autoajustable, y que se sostenía en el exterior del cráneo con un diminuto remache metálico, apenas un punto plateado el puerto en sí, que servía tanto para enchufarse a la psicointerfaz de una matriz como para comunicarse con cualquier otro miembro de la red neural, con un alcance de unos cincuenta metros. Más, incluso, con repetidores, como los había dentro de la Perséfone.
De nuevo, sonidos ininteligibles en las cabezas de todos. La muchacha estaba muy nerviosa; a la desorientación debida a haber despertado en un lugar totalmente desconocido, rodeada de extraños, se le sumaba escuchar una voz directamente en su mente. No entendía nada, absolutamente nada. Cerró los ojos, en los cuales se reflejaba el temor, y se apretó la cabeza con las manos. Para facilitar la situación, sólo Alex estaba a su lado en la enfermería; le puso suavemente una mano en el hombro y le dijo que se calmara. Le hablaba despacio y en un tono amable, como cuando se habla a los niños, con voz tranquilizadora. Los demás esperaban fuera y miraban a través de la ventana de la enfermería. Fuera del neuroenlace, comentaban cosas directamente entre sí. Por otro lado, al menos, la temperatura de la chica era ya normal, como pudo comprobar Alex.
«Voy a seguir diciendo cosas hasta que empieces a comprenderme, ¿vale? Ya sé que ahora mismo aún no cogerás ni una palabra, pero a ver si poco a poco vas distinguiéndolas. Lo importante es que sigamos hablando. No te asustes, no tienes nada que temer».
Palabras sin sentido. Y así durante un buen rato, en el que Alex demostró una paciencia tremenda. Pero, al fin…
«… y si pudieras decirnos bajo qué bandera navegaba tu nave, o qué pasó para que acabaras a la deriva, quizá podríamos hacer algo por…»
«… … quién … … … … de mí … …»
Alex se irguió de repente, tras frases y frases y frases de cháchara rutinaria sin respuesta comprensible. El neuroenlace empezaba a sincronizarse con la actividad de su lóbulo frontal, que controla el lenguaje. Estaba descifrando su idioma. Alex se señaló a sí misma y le dijo:
«Me llamo Alex. ¿Y tú?», preguntó señalándola a ella.
«… ahora … … no …»
«Mi nombre es Alex. Alex. ¿Cómo te llamas?», y la señaló de nuevo.
«No … … nombre».
«¿Que no sabe su nombre? ¿Que no sabe decirlo en nuestro idioma? ¿Qué quiere decir?», preguntó Jian, ansioso, en un canal aparte. Meena le dijo que se callara.
Normalmente, reconocer señales directas e identificarse uno mismo es uno de los pasos más básicos e intuitivos de toda comunicación. Que no respondiera con un nombre, sin más, no le pareció muy buena señal a Alex. Siguió intentándolo por otro camino.
«Estás en nuestra nave. La Perséfone. En la enfermería», dijo, haciendo un gesto alrededor con el brazo. «Yo soy biomédica. ¿Recuerdas tu nave?»
«… … … recuerdos … … de nada … …»
Empezaban a juntarse palabras. Por ese lado, la cosa iba bien. Pero la chica no parecía recordar mucho. Quizá era demasiado pronto. Y, aunque el instrumental no había detectado daños neuronales, quién sabe los efectos que ese criosueño podría haberle causado. Las capacidades cognitivas podrían estar perfectamente y, aun así, podría haber perdido partes considerables de su memoria.
«… … … … … en mía cabeza?»
«Sí, sí. Me escuchas en tu cabeza. ¿Te molesta mucho? Pero es normal; te acostumbrarás, no te preocupes».
«… … ser vosotros?»
«Somos la tripulación de un carguero. Estás en una nave, la Perséfone. Somos comerciantes independientes. Pertenecemos al Gremio. Pero tú no sabes lo que es el Gremio, ¿verdad?»
«Ser esto … bloque mercancías?»
«Una nave. Es una nave. De mercancías, sí. Llevamos mercancías de un planeta a otro».
«Qué campo estar buque?»
«¿Cómo? No te entiendo. ¿Puedes repetirlo?»
La chica parecía hacer un gran esfuerzo mental. Estaba tensa, pero a la vez parecía satisfecha de poder comunicarse. Repitió la misma frase, pero esta vez el neuroenlace la tradujo de otra forma:
«En qué región está nave?»
«Ah, ya te entiendo. Estamos en la Zona Exterior».
La joven se quedó pensativa, como sorprendida. Contestó al cabo de unos segundos:
«Más allá Espacio Seguro?»
Ahora fue Alex la que dudó. Preguntó a los demás, pero por el otro canal, para que la chica no oyera todas las voces y se alterara más.
«¿El Espacio Seguro? ¿A qué se refiere? ¿Vosotros lo entendéis?»
«Es una antigua denominación para la Corona Gamma», respondió Beth; «bueno, en realidad creo que comprendía las tres Coronas, cuando eran un único territorio unificado. Pero eso es de los tiempos de la Gran Expansión, claro. De cuando la Hegemonía Terráquea».
Alex contestó a la chica:
«Sí, estamos más allá del Espacio Seguro. A unos doscientos años luz de su borde».
La chica se quedó muy impresionada. Abrió los ojos como platos, la miró fijamente, y luego se quedó con la mirada perdida, frunciendo el ceño, como intentando recordar algo, o quizá echando cuentas. Alex aprovechó para volver a preguntarle:
«Antes no te he entendido. ¿Cómo has dicho que te llamas? Yo me llamo Alex, soy biomédica. ¿Cómo te llamas tú?»
«Tú Alex?», preguntó, señalándola.
«Sí, me llamo Alex», le dijo con una sonrisa. «¿Y tú?»
Una pausa. Siguió frunciendo el ceño, como esforzándose.
«No recuerdo ello. No tener recuerdos… de mí. Yo…»
«Perfecto. Está amnésica. Eso va a facilitar mucho las cosas», se lamentaba Jian por el otro canal.
«Dadas las circunstancias, quizá sea mejor que no recuerde nada», dijo Beth.
«Puede que vaya recordando las cosas poco a poco», repuso Zaid; «hay que darle tiempo».
«Bueno, tú relájate y no fuerces la mente. Deja que los recuerdos vengan solos», continuó Alex con la chica.
«Recuerdo nave grande; viaje muy largo; y luego…», decía ésta, y parecía estar haciendo un esfuerzo tremendo por recordar, pero las ideas no se materializaban en su cabeza.
Alex le puso una mano sobre la suya, con delicadeza, y le dijo que se lo tomara con calma. Le dio unos segundos y luego preguntó:
«¿No recuerdas con quién ibas? ¿Para quién navegaba tu nave? ¿Quién era el propietario?»
Ella negó con la cabeza, tras pensarlo. Aun así, Alex siguió intentándolo, con voz tranquila.
«¿No recuerdas cómo acabaste a la deriva?»
«¿Yo deriva?»
«Sí. Te hemos encontrado a la deriva, en el espacio. En un bote salvavidas».
De nuevo, negó con un gesto. Reflejó dolor en el rostro y se llevó los dedos a las sienes, inclinándose hacia delante. Finalmente, exclamó:
«¿Adónde llevar mí, por qué tan lejos? ¿Por qué oír ti en mi cabeza?» Se apretó las palmas de las manos de nuevo contra las sienes y se echó a llorar desconsoladamente. Parecía estar entrando en pánico.
«¡Sédala, Alex! No tiene sentido seguir con esto de momento», dijo Jian por el canal alternativo.
Alex le administró otra dosis de un sedante transdérmico y la dejó dormida sobre la camilla. Salió de la enfermería, tras suavizar las luces de ésta. Los demás estaban con cara de circunstancias.
Pues esto es lo que hay dijo. No recuerda gran cosa de momento, como habéis oído.
¿Crees que irá recordando? preguntó Meena.
No tengo ni idea. La neurología no es mi especialidad. Es perfectamente posible, sobre todo viendo que, por lo demás, está en un sorprendentemente perfecto estado de salud. Yo diría que mejor que cualquiera de nosotros. Pero no puedo afirmar nada con certeza. Puede que recuerde todo, o una parte, o nada. El tiempo lo dirá.
¿Cuánto tiempo? preguntó Jian.
No lo sé.
Pero, quiero decir, ¿hablamos de días, semanas, meses?
No lo sé, Jian, no puedo contestar a esa pregunta. Habría que llevarla a un especialista.
Claro. Es lo que vamos a hacer, de hecho, al librarnos de ella. Se la llevaremos a alguien cualificado y que se encargue.
Hubo un breve silencio. Formaban un corrillo, casi todos cruzados de brazos, evitando mirarse, sin saber muy bien por qué.
¿Y, si no recuerda su nombre, al menos de momento, cómo vamos a llamarla? Porque habrá que llamarla de algún modo, ¿no? propuso Beth.
Se hizo otra pausa, hasta que, al fin, Zaid rompió el silencio.
Podríamos llamarla Brynn. Es un buen nombre, ¿no os parece?
Se miraron entre sí y se encogieron de hombros.
Muy bien dijo Jian. Brynn, entonces.
 

  

 

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cap. 5 de La Zona Exterior
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