LA ZONA EXTERIOR (cap. 3)

La tripulación de la Perséfone ha realizado un increíble descubrimiento a bordo de un antiguo pecio espacial. Tercer capítulo de la novela Espacio Colonizado I. La Zona Exterior (D. D. Puche), que iremos publicando por entregas hasta su edición final como libro. Un universo completo que conjuga elementos de ópera espacial, ciencia ficción dura y ciberpunk. 
 



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LA ZONA EXTERIOR (cap. 3) 

Primera parte de la trilogía Espacio Colonizado 

 

D. D. Puche
Publicado en 05/07/21

 

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La Zona Exterior (cap. 3), por D. D. Puche | El Onirium. Fantasía, terror y ciencia ficción.




 

3/ VOLVIENDO A LA VIDA

    El trabajo les llevó once horas, desesperantes para un Jian muy consciente de que no llegarían a tiempo a Oderon para entregar la mercancía a Imrahil, con las consecuencias que ello tendría sobre todo, para él. Mientras coordinaba las tareas de los demás, no dejaba de pensar en lo que le diría para justificarse, y en lo poco receptivo que era Imrahil a las excusas; no había forjado su pequeño imperio comercial gracias a ser muy comprensivo con los demás, precisamente. Por otro lado, se decía insistentemente, no eran excusas: estaban llevando a cabo un salvamento, la Convención los obligaba. Imrahil tendría que asumirlo… Pero no, no lo haría; le daría exactamente igual. Y estaban sobre aviso; lo cual quería decir que Jian estaba sobre aviso, que por algo era el capitán. Los demás podían permitirse no estar tan preocupados por su pellejo, y hablar del deber y de grandes ideales morales, porque no serían ellos los que pagaran el retraso.
    Las labores comenzaron asegurando la fijación al suelo de los dos contenedores que había en el compartimento, dado que definitivamente no cabían por la compuerta, así que habría que sacarlos también por arriba. Ya estaban bien anclados, de todos modos; quien construyó aquello más de dos milenios antes, desde luego, lo hizo muy bien, y no descuidó un detalle tan importante, pero tenían que cerciorarse de que esa antigüedad no hubiera ocasionado ningún deterioro que pusiera la operación en peligro. Una vez comprobado eso, Zaid y Meena tuvieron que abrir el vehículo de salvamento como si fuera una lata de conservas, empleando desde el exterior los cortadores de plasma. Otra salida al espacio, lo cual resultó penosísimo para Meena y una jornada excelente para Zaid. Además, debido a la gran resistencia del casco de esa especie de ataúd espacial, hecho de una aleación extremadamente consistente, el trabajo resultó arduo. Mientras tanto, Jian y Alex terminaron de desmontar la consola del interior del compartimento y extrajeron los módulos de la primitiva matriz del pecio, por si había alguna información recuperable. Ellos no disponían de la tecnología para extraerla, pero quienquiera que se hiciera cargo de la cápsula, seguramente sabría qué hacer con ese material, o en todo caso sabría a quién acudir; en todo caso, lo que contuvieran esos módulos era vital para averiguar quién era la náufraga.
    Durante esas horas, a Jian se le pasó por la cabeza entregarle la cápsula criogénica, con la chica dentro, a Imrahil. Se imaginaba la escena. «Mira, ¿lo ves? Ahí la tienes; esto es lo que nos ha retrasado tanto. Pero te la traigo como presente. Es muy antigua. Muy valiosa. Haz lo que quieras con ella, yo no la quiero para nada, no me puedo hacer cargo; quédatela como compensación». Naturalmente, no compartió esa tentación con ninguno de los demás; le hubiera dado vergüenza confesar algo así. Y naturalmente, no llegó a sopesarlo en serio: nunca le entregaría esa muchacha, que además ellos habían rescatado del vacío, a semejante hijo de perra. Tenían una responsabilidad para con ella, como con cualquier otro náufrago. Hay que dejarlos siempre en puerto seguro. Es la Convención, y ésta es sagrada; él era un marinero, un miembro del Gremio, no un vulgar pirata. No respetarla, además, trae muy mala suerte. Te persigue de por vida un hado terrible. Sin embargo, fantasear es libre, y la preocupación de Jian crecía y crecía cada vez que consultaba el tiempo que les quedaba.
    Cuando la sección del casco del bote por fin estuvo cortada, la retiraron con el brazo hidráulico del exterior del muelle de carga de la Perséfone y la dejaron flotando a la deriva, alejándose lentamente de ellos con el ligero impulso que le dieron. Entonces, despresurizado ya el interior del bote, pudieron extraer los pernos que anclaban los dos contenedores al suelo del compartimento principal, tras haberlos cubierto con mallas de seguridad enganchadas a unos cables de polímero; a continuación, los sacaron del bote. Zaid, al mando del brazo, los movió cuidadosamente hasta la compuerta de carga de la bodega de la nave, que habían abierto tras asegurarse de que no había materiales sueltos y despresurizarla; allí estaban Beth y Alex con trajes de vacío y sujetas con cables, que se encargaron de descargar los contenedores y, tal y como estaban, con las mallas de seguridad, de fijarlos a los enganches de la cubierta, cuidando de que los cables estuvieran bien tensos.
    Entonces vino la parte más compleja de la operación. Tuvieron que amarrar de forma similar la cápsula de criostasis, que era más pesada que los contenedores y, desde luego, más delicada; su ocupante sería sensible a cualquier variación, y congelada como estaba, podría hacerse añicos al más mínimo golpe. Cuando estuvo bien amarrada, Meena examinó detenidamente los anclajes a la plataforma sobre la que estaba instalada, para ver cómo liberarlos; mientras trabajaba en ello, no dejó de hacerse una pregunta: ¿cuál sería la fuente de energía que mantenía la cápsula funcionando? Pues el bote en sí no tenía ninguna fuente activa; tan sólo era un montón de metal inerte. Hubiera usado la que hubiera usado, llevaba muchísimo tiempo, quizá más de dos mil años, desconectada o agotada. Pero, ¿y la cápsula? Si funcionaba, es que tenía una fuente de energía autónoma; sin duda, se trataba de un sistema magníficamente diseñado. Tanto como para llevar todo ese tiempo vagando por el espacio y haber mantenido a su ocupante viva. ¿Quién fue esa chica? ¿A qué cultura pertenecería? ¿Qué puesto ocuparía en ella para que le brindaran semejante dispositivo de salvamento?
    Pensaba todas estas cosas arrodillada junto a la plataforma, muy incómoda debido al traje de vacío, mientras empleaba su equipo de diagnóstico para determinar con qué tipo de tecnología se las estaba viendo. La clave del rescate, por así llamarlo, era que la cápsula siguiera operativa una vez separada del vehículo. De lo contrario, matarían a su ocupante al sacarla de allí. Por eso era indispensable averiguar qué la hacía funcionar, más allá de su mera curiosidad técnica como ingeniera. De todas formas, pensaba Meena, el hecho de seguir activa cuando el bote ya no daba señal alguna de actividad evidenciaba que tenía una fuente autónoma; así pues, podría seguir funcionando a bordo de la Perséfone. Sin embargo, no consiguió averiguar de qué tipo se trataba. Así pues, finalmente, y ante las prisas que le metía Jian, comprobó cómo desanclar la criocápsula de la plataforma. Tras estudiarla atentamente, sacó unos pernos de sujeción, tiró de una palanca hidráulica, y la cápsula, con un chasquido, se elevó varios centímetros sobre la plataforma. Bien, se dijo; una vez que hubiera retirado los tubos y el cableado que la unían a aquélla, ya estaría lista para extraerla con el brazo hidráulico. La cápsula no obtenía su energía, aparentemente, de la plataforma, con lo cual separarlas no debería suponer ningún problema. 
 

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    Una vez que los retiró lo cual le costó más de lo que había pensado, el brazo controlado por Zaid pudo empezar la maniobra de extracción. Fue en ese momento cuando Meena vio desde abajo la base de la cápsula, antes totalmente encajada en la plataforma que la alojaba. Era de un tamaño considerable, más grande de lo que parecía. Le pidió a Zaid por el neuroenlace que se detuviera, y se acercó a examinarla con su instrumental. La gruesa panza de la criocápsula no emitía ningún tipo de radiación, pero creyó reconocer unas estructuras de diseño que respondían a una física muy básica. No podía ser otra cosa. Lo que estaba viendo era el contenedor magnético de una pila nuclear: aquello era un pequeño reactor de fusión fría. No es que fuera algo extraordinario; se trataba de un estándar energético, y los tamaños a los que se había conseguido reducirlos eran incluso menores que ése. Pero le llamó poderosamente la atención que un artefacto de tal antigüedad pudiera tener su propio generador de fusión; que, hace ya más de dos mil años, no ya el bote, sino la cápsula en sí, dispusiera de semejante fuente de energía autónoma. Tendría que refrescar sus conocimientos de historia de la ingeniería, pero hasta donde le alcanzaban, aquello debió de ser un gran logro tecnológico en su época, algo rarísimo y de un coste incalculable. Quien construyó aquello se preocupó mucho de asegurar la supervivencia de esa joven. Tuvo que ser alguien muy importante.
    Desgraciadamente para ella, volvería a la vida con suerte en un mundo que ya no era el suyo; un mundo en el que no era nadie, literalmente, pues la cultura que la puso en el espacio ya no debía ni de existir. Era la última superviviente de una época que ahora se estudiaría en las clases de historia. Un fósil viviente, un mero recuerdo, un fantasma del pasado. Había seguido el camino inverso a la paradoja que planteaba la antigua física relativista, la que estuvo vigente hasta el desarrollo de los motores hiperespaciales o sea, precisamente en la época en que los viajes espaciales se hacían recurriendo a la criostasis. No era alguien que hubiera viajado a velocidades próximas a la de la luz por el espaciotiempo convencional, de modo que al volver a su punto de origen, para ella habían pasado semanas o meses, mientras que en éste habían pasado milenios; no, en su caso, sencillamente, había estado varada en el espacio tanto tiempo que el resultado era el mismo. O sea, no había viajado al futuro debido a su velocidad, sino que era una viajera del tiempo porque su “máquina del tiempo” la había mantenido en cronostasis. Meena se imaginó lo que sería despertar milenios después y encontrarse ese panorama, descubrir que no queda nada de ese mundo del que saliste, desde tu punto de vista, unos pocos días o semanas antes; y se estremeció por ello. Pobre muchacha… Era una pesadilla, a lo que se iba a enfrentar. Quizá sería mejor no despertarla nunca. Menos mal que no eran ellos los que tendrían que hacerlo ni siquiera sabrían cómo, en realidad. No quería ni figurarse lo que sería tener que explicárselo.
    Sólo la extracción y el traslado de la criocápsula hasta el muelle de carga de la Perséfone, el vientre abierto de la nave en el que esperaban Beth y Alex para asegurarla, llevó unas tres horas; tan complicadas y lentas fueron las maniobras, que tuvieron que hacerse con una precisión de milímetros. Pero al fin la tuvieron allí dentro, amarrada a la cubierta, junto a los contenedores con los que había hecho su largo viaje; una vez firmemente anclados, les retiraron las mallas de seguridad para poder analizarlos en detalle. Y así, abandonaron el bote, ya solamente una lata abierta y vaciada de contenido; y cuando estuvieron cerradas todas las compuertas de la Perséfone y comprobada la presión en su interior, desengancharon del bote la pasarela de embarque. En el momento en que los ganchos de sujeción soltaron el pecio, y debido a la fuerza centrífuga que la nave aún le transmitía, éste se alejó de ella siguiendo una tangente a su movimiento de rotación sobre sí misma. Desde el puente, lo contemplaron alejarse en línea recta hacia la infinitud, mientras ellos recuperaban el momento angular y, completado por fin el rescate y ya fuera de todo peligro, pudieron quitarse los trajes espaciales y retornar a su plan de vuelo.
    Para entonces estaba claro que llegarían tarde, y Jian ni siquiera se quejaba ni maldecía. Apenas hablaba, de hecho, y en su rostro se adivinaba una amarga resignación. Una previsión relativamente optimista, al menos, les habría dicho que no se producirían más sobresaltos hasta llegar a Oderon. Con eso contaba Jian, que no dejaba de pensar cómo aplacar a Imrahil, como apelar a su naturaleza de hombre de negocios intransigente y despiadado, pero hombre de negocios al fin y al cabo, ofreciéndole los contenedores rescatados del vehículo de salvamento como contrapartida por el retraso. Porque, por supuesto, no le diría nada sobre una criocápsula ocupada de más de dos mil años.
     Por descontado, las previsiones relativamente optimistas suelen salir mal; los hados se ríen de ellas.
 
    Llevaban unas cinco horas en el hiperespacio, de los dos días aproximados de tránsito que les quedaban hasta Oderon, cuando ocurrió, ante la absoluta estupefacción de la tripulación de la Perséfone. Fue un acontecimiento que sin duda podría calificarse de histórico, aunque en ese momento sólo ellos cinco, de entre toda la humanidad desparramada por la galaxia, supieran lo que estaba pasando, y ni siquiera lo entendieran… Y mucho menos el alcance que tendría.
    No hay mucho que hacer durante el tiempo de tránsito por el hiperespacio; una vez realizado el salto, sólo queda entretenerse mientras los sistemas de navegación de la nave se encargan de todo. Ese intervalo escapa al control de la tripulación o del pasaje, que se desplazan dentro de una burbuja espaciotemporal estable a lo largo de una dimensión en la que no operan todas las fuerzas físicas ni se encuentran todas las formas de materia del universo cuatridimensional que somos capaces de percibir. Un desplazamiento a velocidades superiores a las de la luz, que sólo a través de esa dimensión es posible, es un acto de fe en que nada fallará; pues el más mínimo incidente reduciría la nave a partículas subatómicas. No quedaría de ella y de sus ocupantes más que polvo cuántico. Normalmente nadie piensa en ello; el viaje hiperespacial es algo demasiado habitual como para darle vueltas a la cabeza, aunque todo el mundo entiende los riesgos en teoría. Y es verdad que no se considera muy peligroso, pues “peligroso” es un término comparativo, y los accidentes son extraordinariamente raros; los sistemas de a bordo de cualquier nave con capacidad de salto son tan fiables que sólo se producen pérdidas en menos de un salto de cada millón. La matriz inteligente de la nave se ocupa de todo. La estructura misma de la sociedad humana depende de que ello funcione, y afortunadamente, la Edad de los Pioneros pasó mucho tiempo atrás.
    Pero no tanto como llevaba a la deriva la muchacha que tenían en la bodega de carga, criogenizada. Ella era anterior a esa época que conocían, siquiera vagamente, por las lecciones de historia. Mientras los demás se ocupaban en diversas tareas, o simplemente descansaban, Meena y Alex la atendían. Para ser más exactos, Alex revisaba sus lecturas de soporte vital, y Meena el funcionamiento de la cápsula; cada una tenía su fuente de fascinación específica. A ratos, ambas coincidían en la bodega de vez en cuando también con la presencia de los otros, especialmente de Jian, que no planteaba más que preocupaciones e inconvenientes por tenerla a bordo, y a ratos sólo una de ellas se encontraba allí, mirando los paneles y cerciorándose de que todo estaba bien. Pero era difícil comprender esa maquinaria milenaria, al margen de la obviedad de que seguía conectada y la chica viva. O, en todo caso, no estaba muerta. 
 
 

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     ¿En serio crees que el proceso es reversible? ¿Tanto tiempo después? preguntó Meena mientras estudiaba los contenedores extraídos del bote. Los estaba sometiendo a un análisis completo con su instrumental, porque aún no habían averiguado qué contenían o qué eran exactamente.
     Es perfectamente posible; ¿por qué no? El principio es el mismo, pase el tiempo que pase respondió Alex, que miraba a la chica a través de la cubierta de la cápsula, como una bella escultura violácea.
     No creo que veinte años sean lo mismo que dos mil; de algún modo se ha de resentir. Tiene que haber sufrido algún tipo de deterioro celular. Especialmente cognitivo. El cerebro no puede salir indemne a eso.
     Normalmente, el tiempo habría hecho que la cápsula fallara, pero milagrosamente no ha sido así. La cuestión, entonces, es si el proceso de criogenización se hizo correctamente. Y los que la metieron ahí parece que sabían lo que hacían. Es una tecnología antigua, pero increíble y Alex pensó en los antiguos embalsamadores de la Tierra, los que hacían aquellas momias que se conservaban tan bien milenios después. Y ni siquiera había punto de comparación con lo que tenía delante.
     De eso no cabe duda.
    Meena no obtenía ningún dato concluyente, aparte del material de los contenedores, hechos de una aleación similar a la del bote, de titanio y aluminio; uno de los dos, además, aparentemente tenía un armazón de acero y placas externas que alternaban componentes cerámicos y nanotubos de carbono. No tenía ni idea de qué podían ser o qué función podían tener. Durante esas horas, no habían conseguido abrirlos, por más esfuerzos que habían hecho; ni siquiera sabían por dónde abrirlos, pese a que se veían diversas junturas. Se resistían a cualquier herramienta, y por supuesto, no querían dañarlos usando abridores o cortadores. Eran sendas cajas metálicas cúbicas de metro veinte de lado, ligeramente plateadas, cuyas superficies estaban cubiertas por hermosos y enigmáticos patrones decorativos, como los del bote, con esa especie de damasquinados. Aquí y allá tenían inscripciones en el desconocido código alfanumérico. Eran como rompecabezas gigantes. En cualquier caso, parecían muy valiosas; eran muy valiosas. Jian no había dejado de insistir en ello.
     Ten en cuenta que no está simplemente congelada prosiguió Alex, mientras echaba un vistazo al panel de control de la cápsula; esto no es como congelar un trozo de carne y luego descongelarlo, lo cual afecta a sus propiedades físico-químicas, ya sabes, destruye tejidos. Por no hablar de que un trozo de carne no está vivo, y por eso, en cuanto se descongela empieza a descomponerse por la acción bacteriana. Pero la criogenización es diferente: consiste en sumergir al sujeto en ese fluido, una solución altamente oxigenada con crioprotectores que impiden la formación de cristales de hielo; está inmerso en ella, respirándola, cuando se somete a un proceso casi instantáneo de congelación que vitrifica los tejidos y los conserva tal cual están. Es como una instantánea de cómo estaba en el momento mismo de la criogenización. Está en criostasis, literalmente, o sea, que para ella, físicamente hablando, no ha pasado ni un minuto. Por supuesto, lo complejo es revertir el proceso. No creo que nadie sepa hacerlo hoy en día. Sí en teoría, claro, pero no en la práctica.  
    Ocurrió en ese preciso momento. Sonó como una carcajada del destino.
    En el panel de control de la cápsula criogénica, las pantallas de cristal líquido repentinamente mostraron datos oscilantes. Las cifras del código alfanumérico, que antes apenas se habían movido quizá un solo dígito, de una larga serie, cada hora, empezaron a cambiar a un ritmo sensible; las curvas que reflejaban el estado de suspensión de la joven modificaron su altura y frecuencia, y varios indicadores antes en blanco se activaron.
     Eh… pero… fue lo único que acertó a decir Alex, en cuanto se dio cuenta.
     ¿Qué pasa? preguntó Meena, todavía sin apartar la atención de los enojosos contenedores; si había llegado a alguna conclusión, era que no debían de ser precisamente contenedores. Pero, entonces, surgía la pregunta de qué demonios eran.
     Joder, joder… musitó Alex, sin saber cómo actuar, pero intuyendo que habría que hacer algo.
     Alex, ¿qué ocurre? Meena se giró hacia ella, y al verla inclinada sobre los controles de la cápsula de hibernación, se acercó.
     ¡Que se ha activado!
     ¿Cómo que se ha activado? ¿Qué has tocado?
     ¡No he tocado nada! ¡Pero está cambiando de estado!
     Meena se puso a mirar los controles. No entendía las pantallas con código alfanumérico, pero sí se hacía una idea de lo que indicaban las gráficas.
     Ha empezado la fase… dijo con un hilo de voz.
     ¡Ya!
     ¡Se está descongelando!
     ¡Sí!
     ¡Pero nosotros no estamos preparados para traerla de vuelta! Si se descongela, morirá, y el salvamento habrá sido en balde.
     Lo sé, lo sé…
     Más de dos mil años vagando por el espacio, para venir a morir aquí…
     Esto no puede estar pasando…
     Vamos a llamar a Jian. Tiene que enterarse de que vamos a tener un cadáver en la nave en breve.
     Madre mía… murmuró Alex, negando con la cabeza.
     Alex no dejaba de mirar los controles del panel, sin tener ni idea de qué hacer. Ni sabía cómo detener la secuencia que, probablemente, una vez iniciada no pudiera interrumpirse sin provocar daños ni estaba preparada para atender a alguien que saliera de ese proceso; su formación médica no era suficiente para llevar a cabo un procedimiento que nadie vivo había realizado, y eso aunque hubiera contado con el equipamiento de un hospital, que distaba mucho de la enfermería de la Perséfone. Entretanto, Meena llamó a Jian por el neuroenlace.
     «Jian, ¡baja inmediatamente a la bodega!»
     «¿Qué ocurre?»
     «Ven a verlo con tus propios ojos».
 

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     Y los ojos de Jian, minutos después, no se creían lo que veían.
     Pero esto… no puede ser… ¿Qué ha pasado? preguntó atónito. ¿Cómo es posible?
     No sé qué decir; estábamos aquí hablando, cuando de repente se ha activado respondió Alex.
     ¿Así, sin más? ¿Y qué la ha activado?
     ¡No lo sé!
     ¡Algo habréis hecho!
     ¡Pues como no se active al mirarla, no sé qué puede haber sido!
     Es que, si algo hubiera fallado durante la extracción, lo entendería; pero, ¿horas después, cuando estaba estable?
     Supongo que eso es precisamente lo que ha ocurrido dijo Meena. Algún sistema la habrá activado al desconectarla de la plataforma en la que estaba. De algún modo, debe de detectar que no está en ella y dará por hecho que ha llegado a su destino, o algo así. Me imagino que el proceso tiene unas horas de margen, para asegurar la extracción.
     O sea, que se ha puesto en marcha precisamente porque la hemos rescatado contestó Jian. Un artefacto que fue creado hace dos mil cuatrocientos años; un artefacto de origen desconocido que funciona con un pequeño reactor de fusión nuclear.
     Pues… sí. Eso me temo. Ojalá pudiera decirte otra cosa.
     ¿Y qué expectativas tenemos de que reviva con éxito? preguntó Jian, mirándolas a ambas.
     Muy pocas, me temo; no sabemos qué hacer en un caso así. De hecho, no hay mucho que podamos hacer mientras se descongela respondió Alex.
     Sólo nos queda esperar y mirar dijo Meena.
     Fantástico. ¡Fantástico! se limitó a decir Jian. La hemos salvado de morir sola para que muera en nuestra bodega, y encima el retraso debido al rescate nos va a costar el cuello a nosotros…
 
     La criocápsula se descongeló durante horas, pero bastante más rápido de lo que hubiera sido de esperar ante semejante volumen de hielo a casi ciento ochenta grados bajo cero. Ni Alex ni Meena supieron explicar muy bien cómo tenía lugar el proceso, qué ocurría realmente dentro de ese fluido congelado cuyas propiedades físico-químicas les eran complemente desconocidas. El código alfanumérico en los controles de la cápsula no les daba muchas pistas, aunque entendían algunos datos relativos a la temperatura, así como las curvas que mostraban las constantes vitales, que iban volviendo lentamente a parámetros biológicamente viables. El hielo azul fue fundiéndose a tal ritmo que en cosa de siete horas ya estuvo a temperaturas ligeramente bajo cero pese a lo que ya estaba en estado líquido, y entonces, sorprendentemente, empezó a calentarse hasta llegar a los treinta y seis grados, con súbitos picos ocasionales que alcanzaban, durante menos de un segundo, los setenta y luego los cincuenta grados. A lo largo de esos vaivenes, las curvas del panel de control fueron aproximándose a las de una persona viva. Ese ciclo se repitió durante los últimos minutos, y entonces pareció cesar; la temperatura se estabilizó a veintiséis grados y ahí se detuvo. Las gráficas indicaban parámetros óptimos para la vida, pero no reflejaban actividad cardiaca ni respiratoria. Tampoco cerebral. No obstante, el proceso, aparentemente, había terminado.
     Desde que éste empezó, en todo momento entre uno y los cinco miembros de la tripulación estuvieron presentes, contemplando lo que ocurría con absoluta impotencia. Ante sus ojos se desarrollaba una tragedia irremediable; habían hecho algo mal y por eso la vida de esa muchacha, detenida en el tiempo durante milenios, se acercaba a su final a cada minuto. Ni siquiera se cuestionaron que la reactivación de la cápsula fuera un fallo de consecuencias fatales; sin duda alguna, la estaban viendo morir, y no podían hacer nada salvo mirar. Una mezcla de consternación y culpabilidad se adueñó de ellos. A Beth le pareció de muy mal agüero que esa chica muriera en su nave tras haberla recogido del espacio, y lo repitió varias veces por si a los demás no les había quedado claro.  
     Cuando, finalmente, el líquido detuvo su ciclo de cambios a veintiséis grados, y permaneció así más de media hora, dieron el proceso por concluido. Todos volvieron a reunirse en la bodega. Incluso Jacko andaba suelto por allí, porque le tocaba hacer sus necesidades y había bajado en el montacargas con Alex. Andaba curioseando alrededor, y parecía sentirse muy atraído por los extraños contenedores.  
     Creo que ya está. Ha terminado. Los parámetros vitales son óptimos, pero no ha vuelto a la vida explicó Alex. No tiene funciones activas, ni cardiacas ni metabólicas ni cerebrales.
     Entonces, ¿se puede decir que… está muerta? preguntó Zaid.
     Es complejo establecerlo desde un punto de vista médico, porque antes tampoco es que estuviera técnicamente viva, pero… bueno, en teoría era recuperable; ahora, una vez descriogenizada, ya no, de modo que empezará a descomponerse como si acabara de morir ahora mismo. Así que… en fin… supongo que sí. Se puede decir que está muerta.
     ¿Y su alma?
     ¿Cómo? ¿Qué pasa con su alma?
     Zaid pensó las palabras antes de responder.
     Dices que no estaba técnicamente muerta, porque era recuperable hasta que se ha descongelado. Pero si era recuperable, es que aún conservaba su alma, ¿no? Sin embargo, ya no lo es, de modo que… ¿qué ha pasado con su alma? ¿En qué momento puede decirse que ha escapado del cuerpo?
     Como médica, no tengo nada que decir acerca de su alma. No es un concepto con el que yo trabaje, ¿sabes?
     Zaid la miró con suspicacia.
     Ya… se limitó a responder.
     Y, de repente, una descarga eléctrica iluminó el líquido cerúleo, que resplandeció durante un segundo con una intensidad cegadora. Todos se asustaron y se apartaron de la cápsula; a Meena casi se le sale el corazón del pecho, al pensar en la pequeña pila nuclear que tenía a menos de dos metros.
     ¿Qué coño ha sido eso? gritó Jian. ¿Alex? ¿Meena? ¿Podéis explicármelo?
     ¡No! respondieron ambas casi al unísono; Beth tenía los ojos abiertos como platos, y se apartó más que el resto; Zaid miraba con mucha atención la cápsula, como expectante.
     Se escuchó una serie de ruidos procedentes de la cápsula, como chasquidos y crujidos, y súbitamente el fluido azul empezó a escapar a chorros por su parte inferior, a través de numerosos orificios que se abrieron en los costados. El líquido cayó sobre la cubierta, varios cientos de litros que empezaron a formar un gran charco oleaginoso alrededor de la cápsula, el cual crecía a medida que llenaba placas de suelo enrejado; a la vez, se propagó un olor como de ozono.
     Pero… pero… balbució Beth.
     No me jodas, ¿qué es esto? ¿Puede haber peligro biológico? preguntó Jian.
     Esto es imposible dijo Meena, que seguía dando por muerta a la muchacha.
     ¡Mirad! exclamó Alex, señalando con el dedo y acercándose lentamente a la cápsula.
     En el panel de control se mostraban unas constantes vitales activas. Eran las de una persona viva. Un corazón latiendo y un cerebro con actividad eléctrica normal. Y su temperatura era de treinta y tres grados. Hipotérmica, pero leve.
     Y entonces, la chica abrió los ojos e inhaló aire de golpe, como si se ahogara, a la par que separaba sus manos, hasta entonces unidas sobre el pecho, y golpeaba la cubierta de la cápsula. La expresión en su rostro lívido era de terror. Alex, que estaba justo al lado, dio un salto hacia atrás del susto. Fue como ver resucitar a un cadáver. De hecho, en cierto sentido fue exactamente eso. Para conmoción de todos, que se sobresaltaron y gritaron al verla, una joven que nació veinticuatro siglos antes había vuelto a la vida.








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